lunes, 24 de enero de 2011

Lo que no se nombra no existe

La afirmación de “que el lenguaje es sexista”, levantó y levanta grandes polvaredas, no es una afirmación gratuita. Yo, personalmente, soy mas de la opinión de que es la utilización del lenguaje es la que puede ser sexista (con grandes reparos).

Si bien es verdad, que normalmente los que batallan por la pureza del lenguaje y su utilización dentro de las normas establecidas, casi siempre esconden una concepción sexista del lenguaje y su utilización. Basta con recordar la polémica con la entonces Ministra de Igualdad Bibiana Aido, cuando utilizo el famoso “miembras”. Los puristas buscaron y rebuscaron en diccionarios, normas etc. lo que entendían como una agresión  a la lengua de una “joven”, “inexperta” y “con poca experiencia” mujer en un gobierno que “ya estaba llamado al fracaso”.

Es cierto que el lenguaje sin utilizar, en un libro sin leer, en un mensaje que no es escuchado no es sexista, pero tampoco lenguaje, este adquiere tal carácter cuando lo manejamos, cuando nos comunicamos con el. Es en el momento de utilización cuando le damos toda la carga cultural y social de los que intervienen en el proceso de comunicación.

Basta con hacer un pequeño repaso a determinadas voces y su diferente significado en masculino y femenino y podemos valorar este “sexismo” en la utilización del lenguaje.

Pero esto, con ser cierto, no es lo que me parece mas importante, creo que el cambio en este sentido es mas un cambio amplio de la sociedad y que la intervención individual tiene menos posibilidad.

A mi me gusta mas hablar de lenguaje excluyente, o mejor dicho, de la utilización de forma excluyente del mismo, escondiéndose tras las normas. El ejemplo de normas excluyentes es directo “el masculino engloba los dos géneros en plural” para determinadas profesiones es el masculino quien define” y un largo etc. Con esta situación lo que estamos haciendo es obviando a mas del 50% de la población, la estamos haciendo invisible, y pese a quien pese, el riesgo real es que “lo que no se nombra no existe”

La solución no es fácil, pasa necesariamente por una reeducación. Pasa por relativizar las normas, no hay que olvidar que es la practica la que provoca el cambio normativo.No tengamos  miedo, es mas, provoquemos los cambios. Si no nos escandaliza que se incorporen a nuestra lengua expresiones nuevas que provienen de otras, parece que si es sexista el oponerse a la incorporación de nuevos términos que solo buscan la presencia de lo femenino en el lenguaje.

Por otra parte, las soluciones fáciles de “os/as” de “@” etc.…, pueden llegar a ser contraproducentes al provocar un discurso lingüístico pobre, repetitivo y que entorpece la comunicación. Seamos creativos, demos mas riqueza a nuestra lengua incluyendo a todas las personas.

Algunas amigas mías, militantes feministas, me han planteado en alguna ocasión, “que la igualdad no es esto” que “la discriminación de la mujer no se arregla con cambiar el lenguaje”, parece obvio, pero en el lenguaje volcamos nuestros valores y es parte de nuestro comportamiento social, si lo cuidamos estaremos cambiándonos también a nosotros mismos.

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